martes, 9 de septiembre de 2014

El curioso orden de mi universo

   El día estaba alucinante. Aproveché la oportunidad de tener tan buen clima, y decidí lavar mi auto. Hace pocos meses, tras una larga carrera cuesta arriba y repleta de obstáculos, logré comprar mi primer auto. Mi nueva adquisición no era la gran cosa para un conocedor de la industria automotriz, pero para mis ojos significaba el fin de un período al que no quiero volver nunca más. Recuerdo esas miles de tardes grises en el 134 rumbo a mi casa. Más bien aquella tarde, mas siniestra y tétrica que todas las demás. Pero no, me hace tan mal volver a recapitular aquellos recuerdos tan turbios y llenos de desasosiego.
   Allí estaba yo, lavando mi tesoro recién adquirido, diciéndole adiós a esos días que por fin quedaban atrás. Era un cambio de etapas en el que ya no tendríamos que esperar más bondis (yo y mi fiel compañero; el gélido Frío) y por supuesto que estaba desmedidamente feliz por todas las comodidades y ventajas que posee tener movilidad propia .
   El auto estaba un poco sucio, por esa manía mía de explorar al máximo los campos verdes que rodean mi ciudad (Venado Tuerto), pero siempre creí que limpiar es terapéutico en cierta medida, ya que uno se convence de tener el poder de ordenar todo con sus manos, y vé ese orden magistral aparecer ante sus ojos.
   Entre una pared, una canción de Pescado Rabioso y mi auto, levanté el limpiaparabrisas y al momento de tocar aquel plástico angosto recordé enttonces toda la tarde repleta de tragedia, de un invierno cruel, de un año que desearía no recordar jamás en mi vida...


   Volvía de un trabajo que odiaba, lleno de gente que odiaba, con un sueldo que daba lástima y una soledad que me marchitaba las venas cuando decidí hacer aquella estupidez. Fui al baño y me miré detenidamente. Me ví abatido, olvidado e inservible. Me ví como con asco, como quien vé un video lleno de algo que nos disgusta pero no puede dejar de mirar por curiosidad. Me ví y ví ese odio que reinaba dentro de mi alma. Y allí lo decidí.
Abrí la puerta del espejo, y me alivió no verme. Tomé la máquina de afeitar, la desarmé y sostuve entre mis dedos la fría y filosa gillette.
   Mientras pasaba el dedo sobre la goma fina del limpiaparabrisas, recordé muy nítidamente el tacto de aquél pedacito de metal. Mientras veía las gotas deslizándose, pude ver la transformación del agua transparente a un rojo escarlata de la sangre. Mientras apoyaba mi mano sobre el vidrio lleno de agua, recordé tocar el mármol con su pequeño charco. Luego recuerdo despertar en el hospital, la charla con la psicóloga que me miraba con cara de "Flaco, ¿¡En-qué-carajo estabas pensando!?" Pero ellos no entienden lo que pasó. Jamás pudieron ni podrán ver lo que ví, sentir lo que sentía, sufrir lo que sufrí.

   Volví en mi luego de aquel trance. No sé cuanto tiempo pasó pero noté que ya oscurecía. Y que mis zapatillas estaban recibiendo el chorro tranquilo de una manguera desinteresada en lo que respecta a mis memorias.
   Al día siguiente fui al trabajo que me gusta, con el auto (a mitad del lavado) que me gusta, luego de un desayuno que me gusta (café y tostadas con dulce de leche, realmente delicioso). Miré el panorama mientras disfrutaba el café caliente bajando por mi garganta y dilucidé el entorno que me gusta, formado por mi mujer, infalible piedra angular en la cual me sostuve durante el recorrido nocivo de mi vida; mis dos hijas, inefable amor que siento por el fuego de mi corazón: mis dos pequeñas; mi gato, Nousy, que ronroneaba en un sillón y el perro que me miraba con cara de "Cuando me volvés a sacar?".

Y mientras manejaba, me asombraba la siguiente conclusión a la que llegaron mis pensamientos: Son impresionantes las vivencias que una única alma puede atravesar a lo largo de los altibajos gigantescos que va dando su vida.
Lavar el auto, fue lavar mi espíritu. Encontré ese orden magistral en mi nuevo presente, lo ví reinar mi mundo, lo analicé, agradecí y disfruté con cada fibra de mi ser.
Y la manguera todavía está en mis zapatillas, despabilándome, siempre. Pero ya no lo hace de forma tan desinteresada. 

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