domingo, 30 de diciembre de 2012

Persecución

02:45 AM.
Un hombre robusto sale de un edificio. Camina varias cuadras hacia el Este mientras la luna serpentea su rostro. Al llegar a una fábrica, encuentra una pala y comienza a cavar.
El pozo era de aproximadamente tres metros por dos, mientras los centímetros de su profundidad iban creciendo a medida que pasaban los minutos.
Cuando el hombre quedó satisfecho, se volvió caminando hacia la calle, mientras la luz de un vehículo lo encegueció.
De la Trafic bajaron 6 personas, armadas y encapuchados, que se acercaron al tipo. Comenzó una persecución en la que un hombre corría a través de callejuelas y otros seis le daban caza.
Consiguió esconderse y esperó a que el tiempo pase, luego volvió a donde se encontraba la fábrica. El sol comenzaba a salir y los primeros empleados estaban llegando, así que tuvo que franquear el lugar e ingresar por la parte de atrás, en la que había un alambrado roto.
Luego de lograr entrar, se dirigió hacia el pozo y siguió excavando  hasta que la pala chocó contra algo metálico e hizo un agudo ruido. Desenterrándolo con las uñas llenas de tierra, logró quitar el montículo  y extrajo el cofre.
Al abrirlo, descubrió que estaba vacío y alguien había llegado primero que él. Un sollozo seguido por una lágrima que resbaló por su mejilla curtida, y se perdió en el pozo.  

sábado, 10 de noviembre de 2012

Posibilidades de la abstracción (de Julio Cortázar)

Trabajo desde hace años en la Unesco y otros organismos internacionales, pese a lo cual conservo algún sentido del humor y especialmente una notable capacidad de abstracción, es decir, que si no me gusta un tipo lo borro del mapa con sólo decidirlo, y mientras él habla y habla yo me paso a Melville y el pobre cree que lo estoy escuchando. De la misma manera, si me gusta una chica puedo abstraerle la ropa apenas entra en mi campo visual, y mientras me habla de lo fría que está la mañana yo me paso largos minutos admirándole el ombliguito. A veces es casi malsana esta facilidad que tengo.

El lunes pasado fueron las orejas. A la hora de le entrada era extraordinario el número de orejas que se desplazaban en la galería de entrada. En mi oficina encontré seis orejas; en la cantina, a mediodía, había más de quinientas, simétricamente ordenadas en dobles filas. Era divertido ver de cuando en cuando dos orejas que remontaban, salían de la fila y se alejaban. Parecían alas.

El martes elegí algo que creía menos frecuente: los relojes de pulsera. Me engañé, porque a la hora del almuerzo pude ver cerca de doscientos que sobrevolaban las mesas en movimiento hacia atrás y adelante, que recordaba particularmente la acción de seccionar un bife. El miércoles preferí (con cierto embarazo) algo más fundamental, y elegí los botones. ¡Oh espectáculo! El aire de la galería lleno de cardúmenes de ojos opacos que se desplazaban horizontalmente, mientras a los lados de cada pequeño batallón horizontal se balanceaban pendularmente dos, tres o cuatro botones. En el ascensor la saturación era indescriptible: centenares de botones inmóviles, o moviéndose apenas, en un asombroso cubo cristalográfico. Recuerdo especialmente una ventana (era por la tarde) contra el cielo azul. Ocho botones rojos dibujaban una delicada vertical, y aquí y allá se movían suavemente unos pequeños discos nacarados y secretos. Esa mujer debía ser tan hermosa.

El miércoles era de ceniza, día en que los procesos digestivos me parecieron ilustración adecuada a la circunstancia, por lo cual a las nueve y media fui mohino espectador de la llegada de centenares de bolsas llenas de papilla grisácea, resultante de la mezcla de corn-flakes, café con leche y medialunas. En la cantina vi cómo una naranja se dividía en prolijos gajos, que en un momento dado perdían su forma a cierta altura de un depósito blanquecino. En este estado la naranja recorrió el pasillo, bajó cuatro pisos y luego de entrar en una oficina, fue a inmovilizarse en un punto situado entre los dos brazos de un sillón. Algo más lejos se veían en análogo reposo un cuarto de litro de té cargado. Como curioso paréntesis (mi facultad de abstracción suele ejercerse arbitrariamente) podía ver además una bocanada de humo que se entubaba verticalmente, se dividía en dos translúcidas vejigas, subía otra vez por el tubo y luego de una graciosa voluta se dispersaba en barrocos resultados. Más tarde (yo estaba en otra oficina) encontré un pretexto para volver a visitar la naranja, el té y el humo. Pero el humo había desaparecido, y en vez de la naranja y el té había dos desagradables tubos retorcidos. Hasta la abstracción tiene su lado penoso; saludé a los tubos y me volví a mi despacho. Mi secretaria lloraba, leyendo el decreto por el cual me dejaban cesante. Para consolarme decidí abstraer sus lágrimas, y por un rato me deleité con esas diminutas fuentes cristalinas que nacían en el aire y se aplastaban en los biblioratos, el secante y el boletín oficial. La vida esta llena de hermosuras así.


Julio Cortázar.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

No fueron las mordidas

Era una tarde ordinaria en la ciudad de Rosario. El joven comenzó a acercarse. Caminaba por la misma vereda en la que estaba ese tipo, un anciano canoso vestido como algunas personas se visten para dormir una siesta la cual es tradición y hasta tiene sus minutos contados. Calzoncillo de cuadros y una musculosa blanca era lo que vestía, un poco arrugada y manchada con vino, más unas alpargatas rancias.
El anciano parecía estar forcejeando, con algo o alguien que estaba del otro lado de la puerta.
Las hojas caían de los árboles en la estación de Otoño y el joven, con sus auriculares despreocupado, parecía estar terminando su larga caminata en no mas que cinco cuadras, mientras se acercaba donde estaba el segundo sujeto, haciendo fuerza y con los brazos desplegados en el marco de la puerta. Cuando no estaba a más que cuatro metros, entre las piernas del hombre emergió un Pitbull blanco, furioso por su hambre y falta de libertad, y se abalanzó sobre el pibe que, de repente, se encontraba siendo sorprendido por un ataque estando en una nebulosa de música y pensamientos sobre una lista de cosas que debía hacer y materiales que tenía que comprar. El shock fue inesperado y muy fuerte.
Un vecino corrió llevando una escoba para despegar al perro del  flaco, pero fue demasiado tarde. Estaba muerto.
No fueron las mordidas sino el ataque cardíaco el cual lo liquidó. Un corazón castigado por una vida de inmortal, el cigarrillo y la comida chatarra resultó ser demasiado débil para el pobre joven que atravesaba esa cuadra, aquel lugar. Que, trágicamente, descansó por unos minutos hasta que la ambulancia llegó sobre esa vereda mitad soleada cerca de su casa. El destino sabrá que fue del pobre perro.



lunes, 29 de octubre de 2012

La caminata más bizarra de mi vida

Planté un pie en el piso. Estaba bajando de el colectivo que me había llevado desde Rosario hasta Retiro, ya que había hecho este viaje para presenciar las charlas TEDx en La Usina del Arte, La Boca (que cubren un amplio espectro de temas que incluyen ciencias, arte y diseño, política, educación, cultura, negocios, asuntos globales, tecnología y desarrollo, y entretenimiento) en las cuales tenía la oportunidad de ir a ver a mi papá, entre otros "oradores" (así los llaman), que daba una charla sobre su experiencia en Malvinas y como él valora la vida desde aquel suceso.
Comencé mi caminata esquivando gente hasta que logré salir de la estación y encontrar la calle que me llevaría a mi destino.
Era la calle Maipú, pasando por estación ferroviaria de Retiro. Mientras caminaba cruzé gente, mucha gente, de todos los tipos. Personas de traje, corbata y maletín, hablando por celulares sobre temas laborales. Otras corrientes, con las mochilas en el pecho por miedo a un robo.
Seguí caminando y empecé a atravesar puestos de comida rápida, de gran variedad, la cumbia era lo que más sonaba en ese lugar, por más que eran las 7 de la mañana y todas las personas que, dormidas, iban a trabajar y caminaban por aquel lugar.
Una mezcla de acentos latinos pero extranjeros se podía diferenciar, personas que habían venido a Argentina para trabajar, como muchas otras, en un puesto por alguna calle.
Habían muchísimos puestos de revistas y mucha basura por las veredas, algunos obreros trabajando y un par de policías en la entrada de la estación de trenes. Algunos vagabundos sin casa, con frazadas mugrientas y desmenuzadas, durmiendo en rincones alejados pero a la vista de todos.
Seguí caminando.
Al cruzar la Avenida Libertador, el panorama cambió de forma tajante. Edificios elegantes se elevaban, algunos con el privilegio de tener helipuertos, otros con cientos de oficinas de trabajo, en fin, se notaba un cambio impresionante, hasta en las arquitecturas de los edificios.
Caminé varias cuadras, hasta llegar al lujoso hotel en el que habían sido hospedados mis viejos. No sabría como describirlo, era un hotel hermoso, con un techo de vidrio, una lámpara de araña muy linda y una recepción agradable, así como la de "Home Alone II". Entré al comedor, para desayunar algo antes de partir. "Bonjour" saludaban los mozos. Una pared llena de vinos, que aparentaban ser de muy buena calidad, el más variado desayuno que uno quisiera probar, todo estaba al alcance de mi mano. Otra mezcla de idiomas, esta vez extra continental, se podía escuchar en la sala.
Fue la caminata más bizarra de mi vida. Me impresionó bastante la desigualdad (en todos los aspectos) que pude presenciar en menos de 10 cuadras. En fin, pude disfrutar de un muy rico desayuno y luego una combi nos llevó hasta el lugar de las charlas.


martes, 23 de octubre de 2012

Despotricándose un poco

   Era un día soleado a las dos de la tarde. El sol quemaba abrasadoramente. Un flaco con pelo lacio y jeans rotos salió de una casa, castigada por los años, en muy malas condiciones. Subió a un auto modelo '86 y comenzaron a movilizarse. Dentro del auto empezó una conversación:
-¿Trajiste lo que te pedí?
-Sí, sí, la tengo acá.
-Y, ¿qué esperas? Dámela.
   El pibe sacó de su bolsillo una 9 mm y se la entregó al que manejaba, una persona robusta, con rulos y algunas arrugas en su rostro,  de unos 39 años, mirada perdida, un poco de aliento a alcohol y una sonrisa escondida entre los dientes, amarillos de tanto fumar. 
   Doblaron la esquina y el automóvil frenó, el acompañante se bajó y se escuchó un tiro. Los pájaros volaron y la sangre corrió por las baldosas, avanzando más rápidamente mientras se metía en los bordes del mármol. El caucho quemado invadió la escena y un cuerpo desplomado yacía en el medio de ese pueblo desconocido, en alguna parte del sur de la provincia de Santa Fe. 
   ¿Qué había pasado?  Franco, el flaco de 19 años que había perdido la vida, le debía mucho dinero a Sergio, un pobre tipo, alcohólico y fumador, el cual había sufrido bastante en su vida. 
   Ése mismo día, Sergio no estaba en sus cabales, fue al bar y tomó demasiado vino con los clientes de todos los días de ese bar, y salió a recuperar su dinero.
   Franco, que no podía devolverle el dinero, le ofreció, como parte de pago, el arma heredada de su abuelo, un sobreviviente de una guerra muy poco conocida. 
   Ahora, el único motivo que necesitó Sergio para acabar con la muerte de Franco fue que, cuando cursaba en la secundaria del colegio Normal Nro 302, hacía 20 años atrás, era compañero de el padre de Franco, Esteban, que le había jugado una broma pesada que lo hizo quedar en ridículo cuando eran niños. 
   El dinero es la raíz de todos los problemas, pero la combinación entre la deuda y la vergüenza del viejo que no pudo superar un trauma el cual lo trastornó de por vida, fue letal. La locura y la ira se apoderaron del cuerpo de Sergio, pero, ¿Quién está verdaderamente cuerdo en un mundo tan anómalo?  


lunes, 22 de octubre de 2012

Viajes de mierda

Hoy voy a dedicar una entrada a mis dos peores viajes, entre los que hago siempre que puedo todos los fines de semana. En la mayoría de los viajes, tengo algún que otro problema, y el de anoche no fue una excepción.

Al principio del viaje no tuvimos problemas, llovía y los relámpagos (muchos) iluminaban todo el campo, hasta que en un momento del viaje, la tormenta era tan fuerte que se empezó a filtrar agua que empezó a mojar a las personas, prácticamente llovía dentro del colectivo. Varios se tuvieron que parar y viajar en el pasillo porque era insoportable que un hilo de agua te llueva en la cabeza. Llevar un paraguas no hubiese sido mala idea, porque más de uno terminó empapado (en especial los que iban dormidos, esos sufrieron lo peor). Estábamos viajando en pésimas condiciones, pero alguien bajó a preguntarle algo a los choferes y resulta que ellos también tenían varios agujeros en el parabrisas por donde entraba agua y pegaba directamente donde estaban los tipos. Que laburo de mierda, me apiado por los pobres tipos que hacían lo posible para llevar a 60 personas hacia Rosario, mientras se empapaban entre una tormenta eléctrica bastante grande. Los admiro por la facilidad que tienen para manejar semejante bloque por las ciudades.
En el pasillo ya estaba disponible el Ski acuático, o Surf, pero no estaba de ánimo en esos momentos.

Lo más trágico fue cuando estábamos cerca de entrar en Rosario. Faltaban pocos kilómetros y de repente fuimos reduciendo la marcha, hasta ir a paso de hombre. Resultó que se había mojado el motor y no aceleraba. Y así estuvimos, mojados, con goteras y más lentos que esas viejitas que no te dejan pasar cuando vas caminando, por un largo rato, hasta que de repente, entre algún que otro tirón, pudimos avanzar. Un colgado gritó "Bravo!", otro salame se puso a aplaudir esperando que el resto de la tripulación lo acompañe. Por suerte nadie lo acompañó y quedó colgadísimo. Al fin,  llegamos a la terminal y una cola de 400 mts. nos esperaba para recibir un puto taxi. No me vuelvo en colectivo porque me deja bastante lejos y tengo muy pocas ganas de caminar a la 1:30 a.m. algunas cuadras que parecen ser eternas.

Lo que parecía ser un viaje, terminó siendo una recreación de El Arca de Noé. El lado positivo es que.... Bueno, no, no hay lado positivo, simplemente llegamos, empapados y pasando un momento de mierda.

En otro viaje, llegué y el flaco de la boletería se confundió y nos vendió (a mí y a otras 15 personas) pasajes para un colectivo que no tenía tal capacidad de pasajeros. Cuando llegó, obviamente no nos dejaron subir, volvimos, a las puteadas y el tipo nos dice "les devolvemos la plata o se vuelven a las 6", cuatro horas más tarde. Le pedí el dinero y fui a otra empresa, que tenía el próximo colectivo dos horas más tarde.
Al fin, cuando me subí al colectivo, después de haber matado el tiempo echados al sol tomando algo con unos amigos, subimos y estuvimos viajando dos horas. ¿Qué pudo pasarme? Sí. El otro colectivo se rompió, en el medio de la ruta, y tuvimos que esperar una hora más. Ese día, tardé 6 horas en llegar, mientras que, si no ocurre nada, tardo 3. Cada día que pasa pienso que, o estoy meado por un Terodáctilo, o los  servicios andan muy para el orto, varias veces se se rompió el colectivo y tuvimos que esperar que llegue otro al rescate de los 60 boludos que quieren llegar a sus casas.