miércoles, 7 de noviembre de 2012

No fueron las mordidas

Era una tarde ordinaria en la ciudad de Rosario. El joven comenzó a acercarse. Caminaba por la misma vereda en la que estaba ese tipo, un anciano canoso vestido como algunas personas se visten para dormir una siesta la cual es tradición y hasta tiene sus minutos contados. Calzoncillo de cuadros y una musculosa blanca era lo que vestía, un poco arrugada y manchada con vino, más unas alpargatas rancias.
El anciano parecía estar forcejeando, con algo o alguien que estaba del otro lado de la puerta.
Las hojas caían de los árboles en la estación de Otoño y el joven, con sus auriculares despreocupado, parecía estar terminando su larga caminata en no mas que cinco cuadras, mientras se acercaba donde estaba el segundo sujeto, haciendo fuerza y con los brazos desplegados en el marco de la puerta. Cuando no estaba a más que cuatro metros, entre las piernas del hombre emergió un Pitbull blanco, furioso por su hambre y falta de libertad, y se abalanzó sobre el pibe que, de repente, se encontraba siendo sorprendido por un ataque estando en una nebulosa de música y pensamientos sobre una lista de cosas que debía hacer y materiales que tenía que comprar. El shock fue inesperado y muy fuerte.
Un vecino corrió llevando una escoba para despegar al perro del  flaco, pero fue demasiado tarde. Estaba muerto.
No fueron las mordidas sino el ataque cardíaco el cual lo liquidó. Un corazón castigado por una vida de inmortal, el cigarrillo y la comida chatarra resultó ser demasiado débil para el pobre joven que atravesaba esa cuadra, aquel lugar. Que, trágicamente, descansó por unos minutos hasta que la ambulancia llegó sobre esa vereda mitad soleada cerca de su casa. El destino sabrá que fue del pobre perro.



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